AMÉLIE: MARIPOSAS EN EL ESTÓMAGO
La vie á Paris, la ciudad del amor, de la moda, de las luces, el cine. Porque algo es seguro, no solo los parisinos, sino toda Francia lleva tatuado el amor por el séptimo arte. A veces exagerados, otras demasiado simples. El cine francés parece abarcarlo todo. Amplio y vasto, en su filmografía se puede encontrar toda clase de géneros, e incluso, cintas imposibles de clasificar. Amélie, por ejemplo, es una de esas peculiaridades en el cine que ni loa críticos o el público logran definir. Llamarla una comedia o un romance resulta injusto para una obra que transita con suma naturalidad entre emociones.
Una historia hecha de historias
Aunque el cine francés puede jactarse de ser uno de los más orgullosos, la cinta de Jean-Pierre Jeunet no es, en ningún sentido, pretenciosa. Por el contrario. Tanto su protagonista como la cinta misma son conscientes de su realidad, que, aunque no es la misma para todas, resulta una experiencia universal. Así lo demuestran sus personajes, que por más impensables que puedan ser, no dejan de sentirse cercanos. Cada uno con sus peculiaridades y motivos, pero todos pertenecientes a un mismo mundo, el de Amélie, quien resulta ser el cúmulo de todos ellos. Después de todo, qué es la vida sino sus historias.
Como en el cine, la narrativa es fundamental en nuestro día a día y en el desarrollo de las personas. Una idea que sostiene con suma gracia la protagonista de la obra. Aunque desde el inicio se nos advierte la trama, que no es otra cosa sino la vida misma de Amélie (Audrey Tautou). Con el transcurrir de la película se advierte una verdad que Galeano nos adelantó hace algún tiempo: no importa que la ciencia se esfuerce en probar que estamos hechos de átomos, en realidad, las personas somos el resultado de tantas historias que comenzaron antes que la nuestra.
Nino (Mathiu Kassovitz), Amandie (Lorella Cravotta), Raphaël (Rufus), Lucien (Jamel Debbouze), Raymond (Serge Merlin), Georgette (Isabelle Nanty), no son solo personajes que acompañan el andar de la cinta, sino ideas, sentimientos, sueños, miedos, e incluso, obsesiones que forman a Amélie. Son estos quienes le dan sentido a su forma de ser, actuar y enfrentarse al mundo. De ese modo, la cinta parece ser inmune a cualquier género. Porque, así como la protagonista posee la risa y el llanto, la película nos hace estallar en una carcajada y sumirnos en la nostalgia de una escena a otra.
Sin arte, nada
Para los más románticos es fácil concluir la necesidad del arte en la vida. Seguramente, más de un amante del cine se ha imaginado caminando en la calle con notas de Thomas Newman en el fondo, o capturados por el lente de Agnès Varda mientras reflexiona profundamente en la banca de un parque. Desafortunadamente, la vida no cuenta con orquestas y cámaras para todos los ángulos, apenas unos audífonos y nuestra mente para soñarnos como protagonistas. Por supuesto, en el cine, en este caso, el director, tiene la oportunidad de rellenar esos vacíos que nacen de la imaginación.
Sin duda, la música de Yann Tiersen permite a Amélie profundizar en aquello que busca transmitir, especialmente, las emociones. La nota adecuada en el momento exacto nos hace experimentar aquello que se nos muestra en pantalla; la expectativa al entrar en un departamento ajeno, la duda antes de emprender la vuelta al mundo, las mariposas en el estómago al conocer a una persona, a esa persona. Puede ser que la fotografía de Amélie no resulte cómoda para cierta parte de la audiencia, pero nadie puede dudar del acierto que es cada melodía compuesta.
Quizá, eso sea Amélie, un puente de emociones que nos invita a conectar no solo con lo que ocurre en pantalla, sino con el resto de los espectadores
Por muchas razones Amélie se ha convertido en un indispensable del cine, pero de todas ellas, me atrevería a decir que la profunda empatía que demuestra es su mejor carta de presentación. No se trata de una película que espera cambiar el arte o a la industria, pero sí remover emociones. Hay algo en Amélie que no se puede explicar, quizá por eso que muchas las subestimen y otros la sobrevaloran. Pero, en tanto se logra llegar a un consenso sobre lo buena o mala que es, podemos afirmar que resulta fácil de disfrutar.
Se trata de una cinta que expone las rarezas del ser, esas que nos hacen auténticos y que, a su manera, nos acercan con otras personas, que nos conecta. Quizá, eso sea Amélie, un puente de emociones que nos invita a conectar no solo con lo que ocurre en pantalla, sino con el resto de los espectadores. Al final, todo depende de cuánto nos permitamos sentir, de cuán valientes seamos para salir de la sala con una intensa e insospechable necesidad de comenzar a vivir.
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