Podemos ser… heroínas
Justo cuando la puerta se abrió, Teresa no pudo evitar que las lágrimas salieran de sus ojos hinchados por los golpes y susurró en un suspiro:
–El futuro es hoy.
Justo cuando la puerta se abrió, Teresa no pudo evitar que las lágrimas salieran de sus ojos hinchados por los golpes y susurró en un suspiro:
–El futuro es hoy.
Juana hizo la pregunta que no se hace a la ordenanza: ¿Por qué?
La maestra le dijo a Juana que dentro de las categorías: niños, ancianos, perros y gatos figuran, aunque de manera indirecta, las niñas, ancianas, perras y gatas.
Yo abrazo esta madre en la que me he convertido, esta madre Bestia que me ha dado fuerza, coraje e independencia, pero yo no quiero que mi hija conozca este hábitat tan salvaje. Quisiera que ella pudiera vivir (si es que lo quiere) una maternidad en la que no tenga que depender de promesas.
Flores para mi enfermera. Flores que alientan y consuelan, así como la sonrisa de mi seño en aquellas tremendas noches de insomnio.
Me desperté asustado a media noche, el extraño repicar de las campanas interrumpió mi sueño. A esa hora, era imposible que se llamara a misa, tampoco era señal de alerta de una quemazón.
Hay una cosa que me intriga de manera particular en Moby Dick: el narrador. El primer capítulo de la novela comienza con una de las líneas más conocidas del libro: “Llamadme Ismael”. El narrador se autonombra, y así podríamos pensar que “Ismael” es sólo un seudónimo. No dice “Soy Ismael” o “Mi nombre es Ismael”. Dice “llamadme”; el narrador se esconde tras un seudónimo. Sin embargo, quizá lo más relevante sea el efecto de verosimilitud, de existencia subjetiva, que produce la voz: “llamadme Ismael” remite a alguien. No es un yo metafísico. No es, como se dice, un narrador omnisciente
Revisitando a William Faulkner, digo con él que, si Melville pudiera escribir de nuevo Moby Dick, no se equivocaría: por ejemplo, prescindiría de los capítulos académicos y dejaría la narración pura.
Entre puestitos coloridos, llenos de miniaturas, alcancías y pasteles de diferentes sabores, Camila paseaba con su abuela, cargando dos bolsas repletas por las compras. Mientras la anciana, entusiasmada, correteaba de un puesto a otro, Camila se esforzaba por alcanzarla y no vomitar en el camino. “Soy intolerante al olor de las Alasitas”, repetía, “mucho humo, …
La venganza con la que estos materiales regresaron en Reino Unido fue tal que para el 2000 las famosas “tarjetas de negocios” de las trabajadoras sexuales ―conocidas en inglés como tart cards― empapelaban cada centímetro del interior de estos inmuebles públicos.
Un cuento sobre los vericuetos de la memoria. ¿Qué pasa cuando esta falla?